El Nicolás Maduro que el mundo conoció fue ese grandulón sentado a la izquierda de Hugo Chávez, con la cabeza casi gacha, las manos ocultas bajo la mesa, los ojos hinchados como los de quien ha pasado una larga noche de desvelo y llanto, las mejillas colgando y un rictus de tristeza en los labios. Ese Nicolás Maduro de hombros caídos, como si el peso de la nueva responsabilidad que le tocaba asumir lo estuviera hundiendo en el asiento, no es la imagen más representativa de quien durante seis años se ha desempeñado como canciller de Venezuela, haciendo un trabajo quizás discreto, pero celebrado en los círculos de la diplomacia. Pero tal es su estampa de estos últimos días, las huellas de las circunstancias.
En las reseñas que han dado cuenta de su biografía esta semana, se destaca con sorpresa -y en ocasiones hasta con un dejo burlón- su pasado como chofer del sistema de autobuses que complementa el servicio del Metro caraqueño. Pero curiosamente dejan fuera un elemento clave para una nación como la Venezuela actual: Nicolás Maduro es un civil. El civil que ha alcanzado -empujado por el destino- la más alta posición dentro de un proyecto de poder signado por la presencia militar.
El singular escalafón del gobierno de Hugo Chávez no sólo se basa en la repartición de cargos oficiales. Aquí cuenta mucho -y más- la posición que ocupe el funcionario en el afecto de quien llaman el Comandante Presidente y para quien se exige veneración casi religiosa. Y Maduro ha conquistado espacios en ambos planos. En octubre fue designado Vicepresidente, cargo que ocupa al mismo tiempo que el de ministro de Relaciones Exteriores. Y ahora, en esta mala hora que atraviesa el mandatario venezolano, ha sido ungido como el heredero político de Hugo Chávez.
El sábado 8 de diciembre, en una cadena de radio y televisión, el Presidente Chávez apeló a toda su capacidad emotiva para informar al país que debido a la reaparición de células cancerosas debía volver de inmediato a un quirófano cubano. Ahí mismo, frente a las cámaras, el presidente giró una instrucción sorprendente: “Si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el período; sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que -en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales- ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela”.
Y añadió: “Yo se los pido desde mi corazón. Es uno de los líderes jóvenes de mayor capacidad para continuar, si es que yo no pudiera -Dios sabe lo que hace-, si es que yo no pudiera…, continuar con su mano firme, con su mirada, con su corazón de hombre del pueblo, con su don de gente, con su inteligencia, con el reconocimiento internacional que se ha ganado, con su liderazgo, al frente de la Presidencia de la República, dirigiendo, junto al pueblo siempre y subordinado a los intereses del pueblo, los destinos de esta patria”.
Esa noche, sentado a la derecha de su comandante, estaba el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, un ex oficial que participó junto a Chávez en el intento de golpe de Estado de 1992 y que le ha acompañado todos estos años desde diversas posiciones, tanto en el partido oficialista -primero Movimiento Quinta República y ahora Partido Socialista Unido de Venezuela- como en altos cargos gubernamentales. Cabello es considerado uno de los hombres fuertes de la autodenominada revolución bolivariana por su liderazgo dentro del partido y -más aún- por su estrecho vínculo con el mundo militar. Por eso en el imaginario especulativo del venezolano, el camarada Diosdado Cabello cuadraba más como posible sucesor. Pero la voluntad del líder fue otra.
Porque más allá de la norma que establece que será el vicepresidente quien supla la “falta temporal” (hasta 90 días, con prórroga de otros 90 días) del presidente o su falta “absoluta” durante los últimos dos años de su período, Chávez nombró al beneficiario de su capital político, al responsable de continuar la obra.
De chofer a pieza clave
Nicolás Maduro nació en Caracas el 23 de noviembre de 1962. Se crió en Coche, una zona popular del valle caraqueño. Temprano en su época de estudiante ya mostraba simpatías con las organizaciones de izquierda. Fue, de hecho, miembro de la Liga Socialista, un partido fundado en 1977 que se definió como marxista, leninista y maoísta, y que tuvo cierto grado de ascendencia entre estudiantes de secundaria y universitarios. El joven Nicolás, de bigote y melena, además de proclamar la palabra de Marx y hacer lo suficiente para que en su hoja de vida se anote el título de “dirigente estudiantil”, se permitió momentos de descargas musicales tocando el bajo -y dicen que a veces la guitarra- en una agrupación llamada Enigma.
Dejada atrás la adolescencia, a principios de los 90, obtuvo empleo como conductor de autobuses del sistema Metro, donde pronto se hizo sindicalista. Como muchos otros, en febrero de 1992 vio un potencial líder en aquel teniente coronel que arremetió contra el sistema democrático venezolano. También como muchos, se acercó a los oficiales golpistas durante el tiempo que pasaron tras las rejas. En ese marco de conspiradores encarcelados conoció a la abogada Cilia Flores, defensora de algunos de los militares, su pareja hasta el día de hoy y con quien ha compartido un ascenso vertiginoso al poder: Flores ha sido diputada, presidenta de la Asamblea Nacional, vicepresidenta del PSUV y es la actual Procuradora General de la República.
Durante la campaña por la presidencia de 1998, Maduro fue uno de los asistentes personales del candidato Chávez y era, por supuesto, militante de su partido de entonces, el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200. Al año siguiente, con Chávez estrenándose en la presidencia, formó parte de la Asamblea Nacional Constituyente que preparó una nueva Constitución y en el 2000 resultó electo diputado. Seis años más tarde sus camaradas lo pusieron al frente del Parlamento y meses después el Presidente le encargó el Ministerio de Relaciones Exteriores, pese a que jamás tuvo la más mínima experiencia en el ámbito diplomático. Sin embargo, Maduro demostró durante todo este tiempo que es capaz de aprender rápido y sobre la marcha. Y lo ha hecho bien. Al menos desde la concepción chavista de lo que es hacer las cosas bien.
Como canciller ha destacado, para el público no experto, por su actitud “antiimperialista” y su posición crítica hacia Estados Unidos, con calificativos subidos de tono. Para los entendidos, en cambio, sus años en el Ministerio de Exteriores ha sido un período de desprofesionalización de la diplomacia del país. Pese a todo, en privado algunos delegados extranjeros reconocen en él a un interlocutor afable, que sabe escuchar y que puede tender puentes dentro de una concepción política que sólo sabe de aliados y enemigos.
El hombre amalgama
“Es el más decente de los chavistas”, apunta una periodista. “Es hermético, obvio, pero no es un patán, siempre fue un caballero”.
Su carrera, sin embargo, no está impoluta. En 2002, parlamentarios opositores lo acusaron de enriquecimiento ilícito. La denuncia fue archivada y cinco años más tarde la causa fue sobreseída. También ha tenido sus salidas de madre. Una ocurrió en abril, en un acto frente a la embajada de Cuba en el que se recordaba el ataque contra esa sede durante los días del golpe contra Chávez en abril de 2002. Al calor del momento, dijo: “Así será la calaña de estos sifrinitos, mariconsones, fascistas, que pretenden darle lecciones al pueblo de Venezuela. Pero no han podido con el estirpe libertador (sic) de nuestro pueblo y no podrán jamás”. Días después ofreció disculpas a quien se hubiera ofendido por la expresión “mariconsones”.
Dentro del chavismo -aunque en off the récord- se le considera un “excelente político”, que sabe moverse entre aguas turbulentas. También le reconocen su habilidad de ubicarse bajo el ala de Hugo Chávez sin haber conformado una “tribu” propia. Es un hombre de Chávez: fiel y leal a su mentor, y junto a él ha estado siempre desde el inicio de la enfermedad. Y esto quizás ha sido determinante para llegar al punto donde está hoy.
Análisis apresurados hechos desde el bando opositor auguran una pelea a cuchillo entre Maduro y Cabello por la conquista de la presidencia ante la eventual ausencia del comandante. Pero eso hoy no se plantea dentro del chavismo. Chávez puso orden dentro de su círculo más cercano, asegurando la promesa de la unidad necesaria para mantener vivo el proyecto. Y el equilibrio de ese juego descansa en tres pilares: Diosdado Cabello se estaría encargando de controlar al estamento militar; el anterior vicepresidente y candidato a una gobernación, Elías Jauja, de sostener la ofensiva para conquistar el mayor número de gobernaciones en las elecciones de este domingo; y Maduro, al frente de las relaciones internacionales y la apuesta de todos para evitar la fragmentación si hay que ir nuevamente a comicios presidenciales en 2013.
Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanálisis y experto en política venezolana, señala que Maduro es el hombre amalgama, el llamado a conciliar y calmar apetencias cuando el comandante no esté: “Su discurso a veces es un tanto primitivo en cuanto al uso de terminologías y calificativos de ataque a los rivales, pero es más negociador y abierto que las otras opciones que Chávez tenía sobre la mesa”. Asumiendo que a Cabello se le tiene por militar intransigente y a Jaua se le considera un radical de izquierda con poco carisma, la conclusión es obvia: “Maduro era lo mejor que Chávez tenía a mano”.
Al cierre de esta edición, el advenimiento de la “era Maduro” es casi un hecho. El mismo heredero, aun con ese aspecto triste y sombrío, informó que el postoperatorio de Chávez será largo y que los venezolanos deben estar preparados para días difíciles. El gobierno ha organizado misas y cadenas de oración en plazas para rogar al cielo por la salud del comandante y aprovechar de enviar mensajes importantes: salir a votar el domingo por los candidatos oficialistas. Todo por amor a Chávez.
En sus discursos, Maduro -seguidor del gurú indio Sai Baba- ha llegado a implorar la intervención de “espíritus” que provean buenas energías para el convaleciente. En todo caso, en el universo del rumor ya se da como cierta la posibilidad de que Chávez no pueda asumir su nuevo período presidencial el 10 de enero. Entonces habrá que convocar a elecciones en 2013. El chavismo sin Chávez ya tiene su candidato.
(Fuente: http://diario.latercera.com/2012/12/16/01/contenido/la-tercera-el-semanal/34-125569-9-el-ungido-de-chavez.shtml y selección de Patric)